sábado, 10 de enero de 2009

La palestina que dio a luz en un hospital israelí, bajo los misiles




por Juan Carlos Algañaraz, publicado por el Diario Clarín, el 08 de Enero de 2009.


   Un pañuelo le cubre el pelo a Sehelen y acentúa la palidez de su rostro, crispado por los dolores del parto inminente. Viene del campo de refugiados palestinos de Javaliya, cuyo bombardeo observó Clarín, espantado, desde la colina de "El Caballero", junto a la castigada localidad israelí de Sderot. Madre de otros cuatro hijos, la mujer es una solitaria paciente en la sala de labor de parto en el gran hospital Barzilai de Ashkelon, el centro sanitario donde llegan todas las víctimas de los misiles que se disparan desde Gaza contra Israel. Rodeada de sofisticados aparatos, Sehelen tose, se pone la mano sobre el vientre y después lanza una sonrisa forzada hacia los médicos y enfermeras israelíes que la atienden. 

     Los profesionales se negaron a la presencia de los periodistas pero la mujer insistió. No quiere que su drama, el de su familia y el hijo que se apura por llegar en medio de la guerra, queden en el anonimato. "¿De dónde son?, pregunta. "De Argentina", le contesto y ella me mira sin entender bien de dónde vengo. Otro colega precisa, "de todo el mundo" y cuando le traducen ella sonríe, esta vez sin crispación. Por la mañana, Sehelen rompió bolsa. Tiene una dignidad extraordinaria y aguanta el sufrimiento como toda una mujer. Uno de sus hijos padecía de un problema neurológico y los médicos de Gaza hablaron con sus colegas del hospital de Ashkelon. El chico fue operado y volvió al campamento, a la miseria, al abarrotamiento de gente en una de las zonas más densamente pobladas del mundo, pero también a la alegría de reencontrarse con la familia. Sehelen tenía problemas durante el embarazo de su quinto hijo en medio del clima violento, colmado de carencias, del campo de refugiados palestinos. Ella y su marido se acordaron, entonces, del hospital Barzilai, hablaron con los heroicos médicos de Gaza y estos con sus colegas de Ashkelon. 

     Así llegó esta palestina que sabe de la destrucción de Javaliya de estos días pero no tenía ni idea de dónde estaban, después de tantos bombardeos por tierra, mar y aire, su esposo y sus hijos. Por fin, logró hablar con su esposo poco antes de que llegaran los periodistas "de todo el mundo". Todos están bien. "Nosotros, nuestra familia, nuestros vecinos, queremos la paz. Estamos atrapados y somos las víctimas de una destrucción terrible", dice con tono firme. "¿Qué nos piden a nosotros que no tenemos nada, sólo nuestros hijos? ¿Qué podemos hacer ante este infierno?", reitera. "Cuando vuelva a Gaza, ¿qué va a decir de cómo la trataron en Israel?", pregunta un colega. "La verdad. Que todos me han cuidado y apoyado mucho", responde y una enfermera israelí, su amiga, le acaricia la cabeza.

     Cuando llegamos desde Jerusalen a Ashkelon, en la parte central del extenso conjunto de pabellones del hospital, estaban instalados periodistas, cámaras y fotógrafos esperando la cotidiana llegada de heridos. En un costado, algunos altos jefes militares. El doctor Ron Lowell, a cargo del Barzilai, explica que desde que comenzaron las operaciones militares de Israel en Gaza, están en estado de alerta. Han evacuado a otros hospitales a varios pacientes, a los menos enfermos les pidieron que se volvieran a sus casas, y hasta han evacuado un piso entero para recibir a las posibles víctimas militares israelíes en Gaza y civiles en la extensa zona adonde estallan los cohetes, sobre todo en las ciudades de Ashdot, Ashkelon y Sderot, la más castigada porque está casi pegada a Gaza. Salas de operaciones, el pabellón de Pediatría y otras instalaciones están instaladas bajo tierra para protegerse de los misiles que caen hace años. El profesional recuerda que al hospital llegaban entre 8 y 18 pacientes por día enviados por los médicos de Gaza, con quienes se mantenían en contacto hasta que se produjo la invasión de Israel. "Desde entonces no contestan nuestras llamadas", dice con tristeza el doctor Lowell. 

     "Cuando por fin se vuelva a abrir la frontera vendrán muchos pacientes desde Gaza. Allí hay muy buenos médicos y hospitales pero están colapsados, no tienen medios suficientes y por eso hay tantos muertos. Las imágenes que están llegando por la televisión son muy difíciles de ver", señala el profesional. ¿Y qué piensa de lo que está pasando?. "Cualquier muerte, cualquier herida es algo que debe ser evitado. También los cohetes de Hamas que son repudiables. Aquí tenemos a heridos de Gaza al lado de heridos israelíes por los cohetes. Están juntos. Y los tratan profesionales israelíes y también médicos y enfermeras árabes que trabajan en este hospital. No hay problemas. Ojalá se aprenda de esto". En uno de los pabellones, recorremos pasillos hasta bajar a un refugio antiaéreo. En una sala con dibujos en las paredes que intentan disimular lo sombrío de la situación a las pequeñas víctimas, están los pacientes que quedan del pabellón de Pedíatria. Su director, el profesor Menahem Schlesinger, explica que los chicos más afectados son los heridos por los cohetes. "¿Espera tratar niños de Gaza?". "Por supuesto, siempre lo hicimos", contesta. "¡Ojalá podamos curarlos!". Lea, la encargada de comunicaciones del hospital, proclama: "¡Tenemos el privilegio de ser una isla de sensatez en toda esta área!". Doscientos mil escolares ya no tienen clases porque el peligro es enorme en toda la zona donde caen los misiles. La novedad que causa alarma es que han caído algunos cohetes en el área de la ciudad de Gadera, a 30 kilómetros de Tel Aviv, en la zona central de Israel. Ya no es sólo la zona sur la afectada y el radio de acción de los misiles que se disparan desde Gaza se alarga peligrosamente hacia la mayor concentración de habitantes de Israel.

     En Ashkelon hay refugios por todas partes. Llegamos a uno muy especial que tiene otras réplicas en la ciudad atormentada por los misiles. Aquí se reúnen todos los días los chicos con parientes y voluntarios que los entretienen, juegan y tratan de levantarse la moral unos con otros. Al refugio se llega por una escalera profunda que conduce a una gran sala que cuenta con puertas de metal para sellar el lugar si hay ataques de cohetes.

     "Venimos a ayudarlos. Los chicos llegan con sus padres y pasan aquí muchas horas. Hace pocos días cayeron doce misiles en una jornada. Hoy explotaron dos a las 8 de la mañana y vendrán más. Cuando hay un alerta, la gente tiene pánico y corre a los refugios. Esto afecta mucho a los niños y por eso muchos no se mueven si no están acompañados", explica a Clarín en un español espinoso, Fernando de 19 años, hijo de una catalana. "Esta es una zona de trabajadores, gente humilde, que tiene que ir a sus empleos y por eso cuidamos de los chicos mientras están en sus ocupaciones. La ansiedad es terrible porque hay poco tiempo para buscar cómo cubrirse. Sobre todo de noche, porque los que se han construido refugios en sus casas es la gente que tiene más dinero. Los pobres están más expuestos", explica Fernando que el año que viene va a convertirse en un soldado de infantería.

     Clarín visita otras ciudades y cuando llega la noche consigue un taxi para ir hasta Tel Aviv. El joven conductor está reticente: explica que tiene que ir a buscar a su mujer y a su bebé. Quedarse solos en la casita donde viven convoca las peores ansiedades. Cuando arribamos a Ashkelon por radio se transmite un alerta y un misil llega a la ciudad, donde explota sin causar daños. 

     Dentro del taxi hay un silencio penoso que no se disipa ni cuando vemos la silueta imponente de los rascacielos de Tel Aviv.

 Juan Carlos Algañaraz, enviado especial del Diario Clarín, a la Franja de Gaza

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