Un pañuelo le cubre el pelo a Sehelen y acentúa la palidez de su rostro, crispado por los dolores del parto inminente. Viene del campo de refugiados palestinos de Javaliya, cuyo bombardeo observó Clarín, espantado, desde la colina de "El Caballero", junto a la castigada localidad israelí de Sderot. Madre de otros cuatro hijos, la mujer es una solitaria paciente en la sala de labor de parto en el gran hospital Barzilai de Ashkelon, el centro sanitario donde llegan todas las víctimas de los misiles que se disparan desde Gaza contra Israel. Rodeada de sofisticados aparatos, Sehelen tose, se pone la mano sobre el vientre y después lanza una sonrisa forzada hacia los médicos y enfermeras israelíes que la atienden.
Los profesionales se negaron a la presencia de los periodistas pero la mujer insistió. No quiere que su drama, el de su familia y el hijo que se apura por llegar en medio de la guerra, queden en el anonimato. "¿De dónde son?, pregunta. "De Argentina", le contesto y ella me mira sin entender bien de dónde vengo. Otro colega precisa, "de todo el mundo" y cuando le traducen ella sonríe, esta vez sin crispación. Por la mañana, Sehelen rompió bolsa. Tiene una dignidad extraordinaria y aguanta el sufrimiento como toda una mujer. Uno de sus hijos padecía de un problema neurológico y los médicos de Gaza hablaron con sus colegas del hospital de Ashkelon. El chico fue operado y volvió al campamento, a la miseria, al abarrotamiento de gente en una de las zonas más densamente pobladas del mundo, pero también a la alegría de reencontrarse con la familia. Sehelen tenía problemas durante el embarazo de su quinto hijo en medio del clima violento, colmado de carencias, del campo de refugiados palestinos. Ella y su marido se acordaron, entonces, del hospital Barzilai, hablaron con los heroicos médicos de Gaza y estos con sus colegas de Ashkelon.
Así llegó esta palestina que sabe de la destrucción de Javaliya de estos días pero no tenía ni idea de dónde estaban, después de tantos bombardeos por tierra, mar y aire, su esposo y sus hijos. Por fin, logró hablar con su esposo poco antes de que llegaran los periodistas "de todo el mundo". Todos están bien. "Nosotros, nuestra familia, nuestros vecinos, queremos la paz. Estamos atrapados y somos las víctimas de una destrucción terrible", dice con tono firme. "¿Qué nos piden a nosotros que no tenemos nada, sólo nuestros hijos? ¿Qué podemos hacer ante este infierno?", reitera. "Cuando vuelva a Gaza, ¿qué va a decir de cómo la trataron en Israel?", pregunta un colega. "La verdad. Que todos me han cuidado y apoyado mucho", responde y una enfermera israelí, su amiga, le acaricia la cabeza.
"Cuando por fin se vuelva a abrir la frontera vendrán muchos pacientes desde Gaza. Allí hay muy buenos médicos y hospitales pero están colapsados, no tienen medios suficientes y por eso hay tantos muertos. Las imágenes que están llegando por la televisión son muy difíciles de ver", señala el profesional. ¿Y qué piensa de lo que está pasando?. "Cualquier muerte, cualquier herida es algo que debe ser evitado. También los cohetes de Hamas que son repudiables. Aquí tenemos a heridos de Gaza al lado de heridos israelíes por los cohetes. Están juntos. Y los tratan profesionales israelíes y también médicos y enfermeras árabes que trabajan en este hospital. No hay problemas. Ojalá se aprenda de esto". En uno de los pabellones, recorremos pasillos hasta bajar a un refugio antiaéreo. En una sala con dibujos en las paredes que intentan disimular lo sombrío de la situación a las pequeñas víctimas, están los pacientes que quedan del pabellón de Pedíatria. Su director, el profesor Menahem Schlesinger, explica que los chicos más afectados son los heridos por los cohetes. "¿Espera tratar niños de Gaza?". "Por supuesto, siempre lo hicimos", contesta. "¡Ojalá podamos curarlos!". Lea, la encargada de comunicaciones del hospital, proclama: "¡Tenemos el privilegio de ser una isla de sensatez en toda esta área!". Doscientos mil escolares ya no tienen clases porque el peligro es enorme en toda la zona donde caen los misiles. La novedad que causa alarma es que han caído algunos cohetes en el área de la ciudad de Gadera, a
Dentro del taxi hay un silencio penoso que no se disipa ni cuando vemos la silueta imponente de los rascacielos de Tel Aviv.
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