Tiempos extraños, confusos, de una tenue neblina en el pensamiento y la reflexión… Argentina está estrambótica.
Ley de Medios, Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, Ley de Radiodifusión. Mas allá de la denominación oficial es paradójico que ni en el nombre logramos ponernos de acuerdo,
Mi sensación es que carecemos de un auténtico debate sobre cual es la mejor manera de legislar, de ordenar y reconstruir el espectro audiovisual de nuestro país.
Discuten, chocan, se exaltan, se enojan y se acusan, pero se dice realmente poco, muy poco que tenga algún sentido auténtico. El tono encubre la conversación, evita el verdadero debate de los contenidos y crea aún mas desorientación. Sobrevuelan la superficie para apenas justificar su posición endeble, no importa quien postule o pontifique, en este enfrentamiento de bandos.
Parece ser que en realidad, nadie o muy pocos, trabajan para que la ley sea un auténtico instrumento de pluralidad y libertad de expresión. Y en este punto todos tienen la misma responsabilidad incumplida.
Así es muy complejo tomar posición, no logro saber si la ley que se propone es buena, si alguien tiene una propuesta mejor, si tendría que modificarse la que esta en discusión o construirse una totalmente nueva.
La política nuevamente confunde, distrae, esquiva y evita asumir la posición comprometida con la gente que tan fácilmente postulan en tiempos eleccionarios.
En algo parecen estar todos tácitamente de acuerdo: confundamos y eludamos.
¿Y si la llamamos Ley de Negocios Audiovisuales?
No me cabe terminar inmerso en el mismo clima que cuestiono. Buscando entonces como abrir mis propias ideas, como profundizar semejante superficialidad, encontré textos y pensamientos como los que siguen. Un copiar y pegar de un Umberto Eco auténtico, que allá por 1983 andaba abriendo mentes, me gusto y ahí vá...
Ley de Medios, Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, Ley de Radiodifusión. Mas allá de la denominación oficial es paradójico que ni en el nombre logramos ponernos de acuerdo,
Mi sensación es que carecemos de un auténtico debate sobre cual es la mejor manera de legislar, de ordenar y reconstruir el espectro audiovisual de nuestro país.
Discuten, chocan, se exaltan, se enojan y se acusan, pero se dice realmente poco, muy poco que tenga algún sentido auténtico. El tono encubre la conversación, evita el verdadero debate de los contenidos y crea aún mas desorientación. Sobrevuelan la superficie para apenas justificar su posición endeble, no importa quien postule o pontifique, en este enfrentamiento de bandos.
Parece ser que en realidad, nadie o muy pocos, trabajan para que la ley sea un auténtico instrumento de pluralidad y libertad de expresión. Y en este punto todos tienen la misma responsabilidad incumplida.
Así es muy complejo tomar posición, no logro saber si la ley que se propone es buena, si alguien tiene una propuesta mejor, si tendría que modificarse la que esta en discusión o construirse una totalmente nueva.
La política nuevamente confunde, distrae, esquiva y evita asumir la posición comprometida con la gente que tan fácilmente postulan en tiempos eleccionarios.
En algo parecen estar todos tácitamente de acuerdo: confundamos y eludamos.
¿Y si la llamamos Ley de Negocios Audiovisuales?
No me cabe terminar inmerso en el mismo clima que cuestiono. Buscando entonces como abrir mis propias ideas, como profundizar semejante superficialidad, encontré textos y pensamientos como los que siguen. Un copiar y pegar de un Umberto Eco auténtico, que allá por 1983 andaba abriendo mentes, me gusto y ahí vá...
Luis María Palacios
“LA ESTRATEGIA DE LA ILUSIÓN”
(…) Podríamos decir que, en contacto con una televisión que sólo habla de sí misma, privado del derecho a la transparencia, es decir, del contacto con el mundo exterior, el espectador se repliega en sí mismo. Pero en este proceso se reconoce y se gusta como televidente, y le basta. Vuelve cierta una vieja definición de la televisión: “Una ventana abierta a un mundo cerrado.”
La Paleo TV quería ser una ventana que desde la provincia más remota mostrara el inmenso mundo. La Neo TV independiente —a partir del modelo estatal de Giochi senza frontiere (Juegos sin fronteras)— apunta la cámara sobre la provincia, y muestra al público de Piacenza la gente de Piacenza, reunida para escuchar la publicidad de un relojero de Piacenza, mientras un presentador de Piacenza hace chistes gruesos sobre los pechos de una señora de Piacenza, que lo acepta todo mientras gana una olla a presión. Es como mirar con un largavistas al revés.
(…)
La Neo TV, especialmente la independiente, explota a fondo el masoquismo del espectador. El presentador pregunta a tímidas amas de casa cosas que deberían hacerlas enrojecer de vergüenza, pero ellas entran en el juego y entre fingidos (o verdaderos) rubores se comportan como putillas. (…) Hombres y mujeres (que, por otra parte, la cámara ha elegido ya con cierta malicia, porque tienen algún defecto o algún rasgo pronunciado) ríen felices al verse ridiculizados ante millones de espectadores. Total, piensan, es una broma. Pero son ridiculizados de verdad.
(…)
La televisión norteamericana, para la que el tiempo es dinero, imprime en todos sus programas un ritmo calcado del jazz. La Neo TV italiana mezcla material norteamericano con material propio (o de países del Tercer Mundo, como la telenovela brasileña), que tiene un ritmo arcaico. Así, el tiempo de la Neo TV resulta un tiempo elástico, con desgarrones, aceleraciones y ralentís. Afortunadamente, el televidente puede imprimir su propio ritmo seleccionando histéricamente con el telemando.
(…)
En la Paleo TV había poca cosa que ver y antes de medianoche ¡todo el mundo a la cama! La Neo TV, en cambio, ofrece decenas de programas hasta horas avanzadas de la madrugada. El apetito se abre comiendo. El aparato de video permite ver ahora muchos programas más. Las películas pueden comprarse o alquilarse; y pueden grabarse los programas que se emiten cuando no estamos en casa. ¡Qué maravilla! Ahora es posible pasarse cuarenta y ocho horas al día delante de la pantalla, de modo que ya no hay que estar en contacto con esa remota ficción que es el mundo exterior. Además, un acontecimiento puede hacerse ir hacia adelante y atrás, y al ralentí y a doble velocidad. ¡Se puede ver a Antonioni a ritmo de Mazinga! Ahora la irrealidad está al alcance de todos.
(…)
Se puede comprar juegos electrónicos, hacerlos aparecer en el televisor, y toda la familia puede jugar a desintegrar la flota espacial de Dart Vader. (…) Enseñará a los niños a tener unos reflejos óptimos, de manera que puedan conducir un caza supersónico. Nos habituará, a niños y adultos, a la idea de que desintegrar diez astronaves no es gran cosa, y la guerra de los misiles nos parecerá a la medida del hombre.
(…)
La característica principal de la Neo TV es que cada vez habla menos (como hacía o fingía hacer la Paleo TV) del mundo exterior. Habla de sí misma y del contacto que está estableciendo con el público. Poco importa qué diga o de qué hable (porque el público, con el telemando, decide cuándo dejarla hablar y cuándo pasar a otro canal). Para sobrevivir a ese poder de conmutación, trata entonces de retener al espectador diciéndole: “Estoy aquí, yo soy yo y yo soy tú.” La máxima noticia que ofrece la Neo TV, ya hable de misiles o de Stan Laurel que hace caer un armario, es ésta: “Te anuncio, oh maravilla, que me estás viendo; si no lo crees, pruébalo, marca este número, llámame y te responderé”.
Después de tantas dudas, al fin algo seguro: la Neotelevisión existe. Es verdadera porque es ciertamente una invención televisiva.
Umberto Eco
1983
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