Ximena Dahm andaba muy nerviosa, porque aquella mañana iba a iniciar su vida en la escuela. Corriendo iba de un espejo al otro, por toda la casa; y en uno de esos íres y venires, tropezó con un bolso y cayó desparramada al piso. No lloró, pero se enojó:
–¿Qué hace esta mierda acá?
La madre educó:
–Mijita, eso no se dice.
Y Ximena, desde el piso, quiso saber:
––Para qué existen, mamá, las palabras que no se dicen?
Eduardo Galeano
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